Yo tenía una vida normal, trabajábamos mi mujer y yo, estábamos pagando nuestra casa, y criábamos a nuestros dos niños.
Todo marchaba bién, hasta que mi mujer perdió su trabajo, con mi sueldo apenas si nos quedaba algo después de pagar la hipoteca y nuestros agobios económicos agriaron nuestros caracteres y discutíamos frecuentemente.
Luego ocurrió lo que se esperaba desde hacía tiempo, mi empresa cerró, y pasé a formar parte del colectivo de parados.
Mi mujer ya había agotado el subsidio, y a ésas alturas nuestras relación se rompió definitivamente y por las malas.
A ella le concedieron la custodia de los niños, se marchó a casa de sus padres y nunca quiso volver a verme.
Al no poder pagar la hipoteca perdí mi casa, y el paro se terminó.
Ahora soy un vagabundo, vivo en la calle, mis ropas están sucias y ya casi he perdido mi capacidad de hablar, me alimento de la caridad pública y duermo donde me pilla.
Sinceramente creo que mi salud mental hace tiempo se está deteriorando, y menos mal que ya no puedo pensar, porque si fuera capaz de analizar mi situación, no sé si podría soportarlo.