-Te veo ahí sentado y me das la triste impresión de que te crees Dios, un dios que es dueño de todas las verdades y de que quién no piense como tú es un ser malvado y contaminado sumido en el error.
Quiero que sepas que te conozco, porque tú eres guardián de la esclavitud de los demás que viven en el error.
¿Quién te ha dado el derecho de obligar a los demás a pensar como tú? ¿el sumo dirigente acaso? ¿estás pensando que Dios te ha elegido? ¿por tus superiores cualidades acaso?.
Yo nunca te obligaría a pensar de una u otra manera ¿sabes por qué? porque creo en la libertad personal.
Que la búsqueda de la verdad debemos hacerla cada uno independientemente de los demás, que la felicidad no vive entre rejas, que la mente debe volar libre y enfrentarse a los pensamientos por oscuros que sean, para conocernos mejor para mejorar poco a poco.
Mi libertad termina dónde comienza la tuya, es el límite, es el límite que impone el respeto que nos debemos unos a otros.
Pero como decírtelo sin que te sientas ofendido, como comunicarme contigo sin que nuestras ideas choquen.
Sabes, los demás humanos también son adultos y saben pensar y nadie tiene el monopolio de lo que se debe y de lo que no se debe pensar.
Estoy aquí delante de tu mesa y tú tienes la autoridad y podrás decidir sobre mí, podrás decidir si voy a la calle o me encierras por una temporada.
Sabes que yo aceptaré tu veredicto porque podrás encerrar mi cuerpo pero mi mente volará libre incluso en la celda que me tienes preparada.